Qué son, cómo identificarlos y qué podemos hacer los adultos

“Si el niño no ha podido obedecer a las directrices de su periodo sensible, se ha perdido la ocasión de una conquista natural, se ha perdido para siempre” María Montessori, El niño. El secreto de la infancia

A partir de sus observaciones de los niños, Montessori se dio cuenta de que pasan por fases en las que repiten una actividad una y otra vez, sin ninguna razón aparente.
Se ven totalmente absortos por lo que están haciendo y, durante esa época, es la única cosa en la que están interesados.
Esto es fácil de observar. A quién no le ha pasado que en una visita al supermercado, por ejemplo, tu hijo de dos años quiere tocar todo lo que está a la vista? Va hacia las estanterías, toma algo, lo mira, lo palpa, lo da vueltas, trata de descubrir para qué sirve y qué se puede hacer con eso. Probablemente hace esto una y otra vez y se hace difícil sacarlo de allí cuando tenés apuro por volver a casa; la confrontación resultante es bastante familiar para todos nosotros.
En esta situación puede ser de ayuda el saber que tu hijo no se está “portando mal” deliberadamente sino que, de acuerdo con Montessori, está mostrando su predisposición a desarrollar nuevos conocimientos y habilidades a través de sus sentidos. Necesita explorarlo todo: es así como aprende.
En términos de Montessori, éste es un «período sensible». Una vez que ha adquirido el suficiente conocimiento del mundo, pasa la fase y ya no hay un deseo incontrolable de tocarlo todo.
Pero si se ponen muchas restricciones al niño y se obstaculizan sus instintos naturales cuando está en esta fase, puede tener una rabieta para demostrarte que tiene una necesidad de aprender insatisfecha.

Montessori identificó seis períodos sensibles de este tipo:

  • Orden.
  • Lenguaje.
  • Caminar.
  • Aspectos sociales de la vida.
  • Pequeños objetos.
  • Aprender a través de los sentidos.
Sensibilidad al orden

La sensibilidad al orden aparece en el primer año —incluso en el primer mes— de vida y continúa hasta el segundo año.
Durante este tiempo, los bebés y los niños luchan por clasificar y categorizar todas sus experiencias, y les es más fácil hacerlo si hay un cierto orden en su vida.
Les gusta en cierto modo que se les dirija, por parte de la misma persona y en un entorno conocido.
Esto no hay que confundirlo con la necesidad de limpieza de un adulto; para un bebé es más una necesidad de coherencia y de familiaridad, de modo que se pueda orientar y construir un cuadro mental del mundo.
Esta necesidad es especialmente evidente en el niño desde la edad aproximada de dieciocho meses.
Es posible que notes que se desconcierta por los cambios, tales como redecorar su cuarto, mudarse de casa o ir de vacaciones.
Esto coincide con la etapa en que se da cuenta por primera vez de que es capaz de manipular su entorno moviendo los objetos de un lado a otro, pero para hacerlo espera encontrar los objetos en el lugar en que los vio por primera vez; si las cosas son diferentes, se desorienta.

Sensibilidad al lenguaje

La capacidad de utilizar el lenguaje —de hablar— tiene evidentemente una importancia fundamental, puesto que desempeña un papel vital en todo el crecimiento intelectual subsiguiente.
El período sensible para el lenguaje comienza desde el nacimiento. Tu bebé oye tu voz y observa tus labios y tu lengua —los órganos del habla— desde el nacimiento, absorbiéndolo todo a cada instante.
Hacia la edad de seis años, casi sin ninguna enseñanza directa, ha adquirido un amplio vocabulario, los patrones básicos de las frases, las inflexiones y el acento del lenguaje.
Esto no significa que haya adquirido una competencia total en el lenguaje; seguirá adquiriendo estructuras de frases más complejas y ampliando su vocabulario durante toda la infancia.
A los seis años, sin embargo, ha adquirido una extraordinaria cantidad de vocabulario.
Si, por cualquier motivo, un niño no está expuesto al lenguaje regularmente durante este período, quedará irremediablemente dañado.
Dependiendo del grado de privación, podría padecer más limitaciones en su crecimiento intelectual, que difícilmente se podrían compensar del todo.
Montessori creía, por lo tanto, que es especialmente importante que los adultos conversen con los niños durante este período, enriqueciendo continuamente su lenguaje y dándoles todo tipo de oportunidades de aprender nuevas palabras.

Sensibilidad a caminar

Cuando tu bebé comienza a aprender a caminar, más o menos entre los doce y los dieciocho meses de edad, tiene la necesidad de practicar y perfeccionar esta habilidad. Caminamos porque necesitamos ir de un lado a otro o por ejercicio, pero en esta etapa, tu hijo, que da sus primeros pasos, camina por el mero placer de hacerlo.
Una vez que adquiere la movilidad, está constantemente en movimiento.
En su libro El Niño. El secreto de la infancia, Montessori da ejemplos de niños de dos y tres años que caminan kilómetros y trepan y bajan escaleras con el único propósito de perfeccionar sus movimientos.
Solemos infravalorar la capacidad de caminar de un niño: hasta los niños muy pequeños son capaces de caminar largas distancias, siempre que puedan hacerlo a su propio ritmo. Hay diferencias entre ir a pasear con un niño y llevar a un niño a pasear: no tiene sentido llevar a un niño de la mano y que camine al paso del adulto —se cansará pronto y pedirá que lo lleven en brazos—, pero si vas a su ritmo, parando cuando él quiere y desplazándote cuando está dispuesto a hacerlo, ambos pueden disfrutar mucho del paseo, ¡y van a recorrer un camino sorprendentemente largo!

Sensibilidad a los aspectos sociales de la vida

Hacia la edad de dos años y medio o tres, te darás cuenta de que tu hijo se ha hecho consciente de que forma parte de un grupo. Comienza a mostrar un intenso interés por otros niños de su edad y poco a poco empieza a jugar con ellos de una forma cooperativa. Hay una sensación de cohesión que Montessori creía que no estaba fijada por la instrucción, sino que surgía espontáneamente y era dirigida por impulsos internos.
Observó que en esta etapa los niños comenzaban a modelarse en la conducta social adulta y poco a poco adquirían las normas sociales de su grupo.

Sensibilidad a los pequeños objetos

Alrededor del año, cuando el niño dispone de mayor movilidad y por lo tanto tiene un entorno más grande que explorar, se ve atraído por los pequeños objetos, tales como insectos, piedrecillas, piedras y hierbas. Toma cualquier cosa, la mira de cerca y tal vez se la lleve a la boca. El impulso a prestar atención al detalle que tienen los niños de esta edad forma parte de su esfuerzo por construir una comprensión del mundo.

Sensibilidad a aprender a través de los sentidos

Desde el momento de su nacimiento, tu bebé recibe impresiones del mundo a su alrededor a través de sus cinco sentidos. Al principio, están activos los sentidos de la vista y el oído, luego gradualmente, a medida que se desarrolla el movimiento, desempeña un papel el sentido del tacto, seguido del gusto a medida que es capaz de llevarse cosas a la boca. Igual que los últimos expertos en el desarrollo del niño, Maria Montessori recomendaba que el bebé permaneciera cerca de los adultos que lo cuidan, de manera que pueda ver y oír todo lo que sucede a su alrededor.
En cuanto comienza a poder moverse —gatear o caminar— necesita toda la libertad necesaria para poder explorar. Ésta es probablemente la idea que los padres encuentran más difícil de aceptar, pero trata de hacerlo si podés; si impides su exploración sensorial diciendo «no» constantemente y limitas a tu bebé o a tu hijo, que está aprendiendo a andar, a “su espacio de juego” o lo tenés sujeto con correas en su silla durante largos períodos de tiempo, su aprendizaje se inhibirá.

Los niños quieren aprender

Montessori observó que todos los niños tienen una motivación innata para aprender; en realidad no podemos impedirles que lo hagan.
Merece la pena hacer un esfuerzo para comprender la mejor forma de alimentar esto y desarrollar una actitud positiva hacia las cosas que se espera que tu hijo tendrá que aprender en las diferentes etapas de su educación.
Es importante comprender lo que entendemos por aprender.
Una definición sencilla es que es un proceso por medio del cual se produce un cambio de conducta relativamente permanente en el individuo.
También es importante darse cuenta de que el aprendizaje comienza desde el nacimiento y que los procesos fundamentales por los que los niños aprenden están establecidos en un momento muy temprano de la vida.
Para empezar, aprenden a través del juego, experimentando con las cosas del mundo que les rodea; por ejemplo, la idea de que el agua está mojada, que puede estar fría o caliente, que se puede verter de un recipiente a otro, igual que con multitud de otras cosas, la aprenderá tu bebé o tu niño por medio del juego con el agua en el cuarto de baño o en la cocina, en el curso normal de su vida. Este juego espontáneo se inicia en respuesta a sus necesidades del desarrollo.

Qué podemos hacer los adultos

Lo que podemos hacer para ayudar a nuestros hijos es organizar la casa de manera que ponga a su disposición tantas experiencias y actividades diferentes como sea posible, que sean adecuadas a su edad.
También es importante que tú mismo te unas a estas actividades, proporcionándole estímulo e interacción social, y también estar ahí para vigilar cualquier situación problemática que pueda surgir.
Todos los niños aprenden por medio de la participación activa, implicándose de una manera práctica y tratando de hacer algo por sí mismos, especialmente utilizando las manos. Montessori daba una gran importancia a esta conexión entre el cerebro y el movimiento: observar al niño hace evidente que el desarrollo de su mente surge a través de sus movimientos, creía ella.
Consideraba que el proceso de aprender tiene tres partes: el cerebro, los sentidos y los músculos, y que todos ellos deben cooperar para que tenga lugar el aprendizaje.
Es importante reconocer este enfoque activo del aprendizaje.
Es demasiado difícil hacer que tu hijo se quede quieto, sentado, y escuche u oiga cuando le enseñas algo, sin dejarlo unirse a ti y participar.
Peor aún es sentarlo frente al televisor donde no hay la más mínima interacción adecuada. Claro que podría esparcir la harina por todos lados cuando está removiendo la masa de una torta o derramar el agua en el suelo cuando trata de lavarse, pero seguirá cometiendo estos errores mucho más tiempo si nunca le das la oportunidad de que lo intente y perfeccione esas habilidades.
Todos los niños aprenden a su propio ritmo y a su debido tiempo. No hay dos iguales; así pues, nunca es una buena idea forzar a un niño a hacer algo en contra de su voluntad. Es mucho mejor introducir una idea y continuar sugiriéndola de vez en cuando hasta que muestre interés por ella y diga que quiere intentarlo; entonces podés alentar su participación activa, construyendo su confianza en sí mismo de manera que en el futuro pueda adelantarse a intentar más rápidamente algo nuevo.

“ Un niño aprende las cosas en los períodos sensitivos, que se podrían parangonar a un faro encendido que ilumina interiormente, o bien a un estado eléctrico que da lugar a fenómenos activos. Esta sensibilidad permite al niño ponerse en contacto con el mundo exterior de un modo excepcionalmente intenso. Y entonces todo le resulta fácil, todo es entusiasmo y vida. Cada esfuerzo representa un aumento de poder”. Maria Montessori, El Niño. El secreto de la infancia